Entrevistas

Romper todo y empezar de nuevo

El rosarino Fede Baronio presenta Descompositor, disco de laboratorio que convierte a un hombre en un arsenal de sonidos.

Por Lucas Canalda
Foto de Gerar Casal

Fede Baronio es un habitante de la sonoridad rosarina desde hace más de una década. Sus esfuerzos cohabitan una zona común entre las movidas del rock y la electrónica además de estar conectado a diversas (a)puestas audiovisuales que toman lugar en circuitos impensados. En una década de actividad regular en la música, Baronio engendró proyectos como el electro pop de tintes oscuros de Shine y más tarde La Orquesta Infinita, criatura musical de integración colectiva integrada por músicos de diversos estilos como el glam, folk, blues, pop o grunge. En su condición de músico, productor, compositor o sonidista circula por los espacios emergentes así como también en espacios de escala mayor del mainstream siendo actor de apertura de bandas como Camouflage o el ex Depeche Mode, Alan Wilder. Sin embargo, su apuesta artística siempre está consagrada a lo casero, a lo intimista en cuanto a la creación de las canciones. Es un notorio contraste y algo casi paradójico pensar o relacionar esa labor tan casera o artesanal con el sonido de Descompositor, un arsenal de capas musicales que abruman por la cantidad de arreglos y detalles minúsculos que se van revelando en cada nueva escucha.

Además de escribir las diez canciones que integran el disco, Baronio grabó voces, guitarras, bajo, sintetizadores y programaciones. Al escuchar los casi treinta y cinco minutos que forman a Descompositor resulta sencillo imaginar a Baronio como una especie de Doctor Frankenstein experimentando en soledad por horas y haciendo del estudio propio un laboratorio con múltiples pistas de despegue. “El disco lo compuse yo solo en mi habitación. La premisa fue armar unas canciones de la manera más simple y austera posible, y sin intervención de otras personas”, apunta el rosarino sobre la idea inicial del proyecto. “Cada vez que me ponía a tocar o improvisar con la guitarra, el teclado o un sintetizador, me grababa. Y de esas improvisaciones fueron saliendo los demos. Luego fui completando la instrumentación y agregando ideas, escribiendo las letras y terminando lo que fueron las canciones. Cuando ya las tuve armadas, comencé a mejorar el audio o regrabar algunas tomas, si era necesario. Hice tomas en mi casa y en casas de amigos que me iban prestando algún instrumento, e incluso grabé las tomas de guitarras eléctricas de ‘Ejército’, ‘No lo tengo’ y ‘Accidente’ en un departamento alquilado en Berlín, donde paré unos meses”, explica.

– Uno escucha un sonido tan poderoso y lleno de arreglos para luego repasar los créditos para encontrarse que fue grabado íntegramente por una sola persona. Da la sensación de encontrarnos con un «one man army». ¿La creación y el desarrollo fue todo en solitario o hubo alguien más? ¿No hizo falta una cabeza de afuera que ayude con la perspectiva para no quedarte tan enfrascado?
– En sí, la idea de Descompositor fue probar mis capacidades y habilidades, ver qué podía lograr solo. Anteriormente, siempre estuve acompañado en la composición y producción de mis canciones. Incluso en Rey Viento, el cual se podría decir que es mi primer disco solista, cuenta con la participación de veinte músicos. Me gusta cambiar de parámetros de trabajo drásticamente para poder lograr resultados disímiles, y eso fue Descompositor para mí: una prueba, un desafío y un juego. Parte de la prueba era también lograr algo distinto a lo anterior. Esa es la única regla que no cambio. En ese proceso, mis productores son mis amigos. El feedback que me dan, sus críticas, su mirada, me ayudan a encuadrar las canciones o corregir vicios propios del trabajo en solitario. También, y por el mismo motivo, decidí que no quería mezclar yo mismo el disco. De todo el trabajo que conlleva un álbum me pareció que lo único que era razonable delegar para que se aprecie mejor la producción era la mezcla, realizada por Cristian D’Alessandro.

El título del álbum presenta un interesante juego de supuestos: mientras que la primera acción sugiere deconstruir también estimula una idea de correr al compositor clásico de su lugar. “Si bien mi disco anterior fue el primer material que compuse solo y sobre el cual tuve absoluto control, no fue un disco solista per se. Entonces, siempre pensé a este nuevo disco como una tarjeta de presentación: Fede Baronio, descompositor. ¡Y claro! Ese es mi oficio. Cuando trabajo con canciones de otros músicos también tiendo a destruirlas. Veo a la producción como una bola de demolición mágica, que sólo deja en pie lo que realmente garpa de una canción. La destrucción y reconstrucción son un ejercicio habitual para mí, y eso debía ser un aspecto fundamental en mi disco. También, me aburre la idea del cantautor en el Siglo XXI. ¿Cómo plasmar el espíritu de los tiempos con una guitarra? Eso es del siglo pasado. Si bien no puedo escapar a la condición de compositor, puedo correr el eje del discurso sonoro y usar el mismo lenguaje, pero en un contexto distinto”, detalla.

– ¿Qué artista te hizo pensar la composición desde otro lugar, a buscar otro eje?
– Los artistas que me gustan mucho son muy dispares estilísticamente entre sí, pero tienen un elemento en común: siempre se reinventaron, y pusieron mucho ingenio en cómo hacerlo. Por nombrar algunos ejemplos: The Beatles, The Stooges, David Bowie, Depeche Mode, Radiohead, Nine Inch Nails. Creo que sus virtudes máximas fueron poder desprenderse de una sonoridad característica y captar una corriente vanguardista del momento para canalizarla en sus músicas, no por moda sino por un deseo interno de experimentar con lo más nuevo que hubiera. Esa idea me apasiona, y aunque reconozco no tener la grandeza intelectual de cualquiera de ellos, es un concepto con el que pretendo seguir explorando. Lo que ya hice, me aburre repetir. Soy bastante destructivo con las ideas parecidas también: cuando algo se parece a otra cosa, llevo un parámetro al extremo, feedback de un delay, drive de una distorsión, lo lleno de reverb, o pongo un sample en reverse, y veo qué pasa. ¿Quién necesita guitarras, habiendo tantos efectos? (risas).
– Hay algo andrógino en las letras, cantás sobre un «Vos» pero ese «vos» puede ser «él» o «ella».
– Pienso continuamente en la reinterpretación que puede darle el oyente a las letras. Mi anhelo es que pueda existir una identificación con el mensaje. Y en mi caso, el mensaje que pongo en las canciones no tiene que ver con una condición de género masculino o femenino. Mis vivencias y experiencias pueden ser transmitidas a cualquier persona, y así me gustaría que sea. Me interesa eliminar los condicionamientos u obstáculos que bloquean la identificación con el mensaje. Es por eso también que no escribo con “tú”, sino “vos”. Trato de oscilar entre el lenguaje hablado y lo literario, por decirlo de alguna manera, o la poesía, sin perder la naturalidad ni tampoco la compostura.
– En el disco hay pulso casi bailable que no afloja. También hay riffs, mucho rock. Por otro lado, «No lo tengo» es parte canción acústica. Todo, igual, suena orgánico, no hay nada forzado.
– Quizás, el hecho de que nada suene forzado, es porque toda esa melange convive dentro de mí, son mis influencias, mis gustos. Me reconozco como un oyente ecléctico, y también me gusta mucho combinar elementos que no necesariamente caigan en un estilo o género. Es una manera de rebelarme contra la cultura de los “tags” en la que vivimos, pero no por una mera cuestión marketinera ni de ser distinto o hacerme el raro, sino porque es lo que me sale y me gusta. Me gusta jugar con las expectativas del oyente y hacer cosas imprevisibles.
– Tu proyecto previo, La Orquesta Infinita, al igual que este disco tienen una idea de continuidad del paisaje sonoro. ¿Te interesa esa idea de arquitectura del sonido?
– Es como más cómodo me siento. El estudio es mi laboratorio y utilizo lo que tengo a mi alcance para crear canciones. Las limitaciones son mi guía, y trato de utilizarlas a mi favor para innovar. Si hoy hay una guitarra criolla y un sinte, o una computadora y un micrófono, aunque suenen bien o mal, todo sirve para el propósito de plasmar una idea. Hay que hacer con lo que se tiene. Tener recursos disponibles no necesariamente te hace un mejor artista. En mi caso, la escasez de recursos fue fundamental porque me obligó a buscar alternativas.

– En ese paisaje sonoro hay una utilización de capas. Esa construcción tiene que ver con hacer del estudio un laboratorio donde dejarse llevar y caminar cientos de posibilidades.
– Me fascina trabajar con capas de instrumentación y me gusta la idea de una música que permita visualizar paisajes o situaciones. Pero eso requiere cierta abstracción y es muy difícil lograrla en canciones. Creo que el disco de La Orquesta Infinita sugiere eso, pero no está completamente plasmado, ni perfectamente ejecutado. Es un álbum en el cual abrí las canciones a muchos músicos amigos, capturé sus interpretaciones en crudo e incluso un poco improvisadas, y luego me encerré a editar y mezclarlas de una manera en que se pueda captar la historia subyacente. Hay muchas capas de sonidos y de sentido en esas canciones. El hecho de que esa historia me haya atravesado con la intensidad que lo hizo, ayuda a poder captar ese paisaje en el cual yo estaba inmerso. Por eso, Descompositor toma un poco esa posta para poder concretar algunas ideas inconclusas e incluso llevarlas más allá.
– Un disco tan de laboratorio presenta un desafío al llevarlo al vivo y hasta cierta imposibilidad. ¿Pensás en eso o te sentís cómodo haciendo proyectos que sean para presentaciones puntuales?
– Siempre concebí a los discos de estudio como obras diferentes a las presentaciones. No quiero sentir limitaciones al instrumentar o arreglar temas para un disco, pensando en cómo se van a reproducir en vivo. Además, esa particularidad plantea desafíos para la banda al momento de reversionar las canciones. Me gusta mucho la reinterpretación que puede darle la banda a los temas, y creo que vuelve más interesante la presentación en vivo, la transforma en una performance más que en una mera reproducción de las canciones. Es por eso que elijo para tocar en la banda a músicos capaces de crear con lo que ya existe, nuevas versiones que tengan una impronta personal, que zapen, que prueben arreglos o formas de tocar. Los temas ya están inmortalizados en el disco, por lo que el vivo se convierte una nueva etapa de destrucción y reconstrucción. Debo reconocer también que me gusta tocar poco en vivo. Prefiero una presentación con mucha preparación que muchas presentaciones desperdigadas sin ninguna particularidad estética o visual.
– En la última década con tus distintas bandas pudiste estar en escenarios del under y hasta participar de recitales grandes con artistas extranjeros. ¿Cómo ves el presente de la escena rosarina?
– La escena rosarina está complicada actualmente. Por empezar, la disminución de lugares para tocar en vivo fue dramática en estos últimos tres años. Pero creo que hay un problema aún mayor. Si lo viéramos con una óptica económica, te diría que falta demanda. El público ha perdido el interés por ver recitales de bandas locales. Eso tiene que ver con un aspecto coyuntural de la cultura nacional, pero también con la falta de innovación que hay de parte de los músicos. Entiendo que esa falta de innovación es en parte porque no se cuenta con dinero para realizar ideas magnánimas, pero también con la falta de una conducta creativa con respecto a la puesta en escena y conceptualización de un espectáculo en vivo. Es como si la líbido del rock se hubiera extinguido y ya no fuese más atractivo para el público. Si bien esto representa un problema, también hay una gran oportunidad acá. Hay tiempo para reorganizarse, crear, asociarse con artistas de otras disciplinas, buscar nuevos lugares para tocar o intervenir, en fin… reinventarse.
– ¿Qué artistas de Rosario te interesan en la actualidad?
– Siento una gran admiración y orgullo por los músicos con los que tengo la fortuna de trabajar, como Fede Leites, David Bersany, Mercedes y los un millón. Leites me parece uno de los artistas más reveladores y adelantados de nuestra escena. El último disco de Lesbiano tiene un alto level. Muerto en Pogo sacó un disco alucinante hace un año. También me alucinan Ponzonia y ÑÑÑÑ, aunque son santafesinos, los adoptamos.

Artículo publicado en la revista Rock Salta 22, de agosto de 2017.