Coberturas

B.A.Rock 2017: Más barro que rock

Balance de B.A.Rock 2017, un festival errático que ofreció grandes momentos musicales, irregularidades organizativas y ausencias de peso. Queda mucho por hacer.

Por Santiago Segura
Fotos B.A. Rock

#BARockTalVez Desde un principio, el anuncio de esta nueva edición del B.A.Rock invitó a la celebración de una historia conjunta. La del “rock nacional”, aquella etiqueta que incluye a los grupos argentinos que rompen con el nicho y se vuelven populares -pero también a los uruguayos que corren la misma suerte de este lado del charco-, y la del mismísimo festival, que tuviera su primera edición en 1970. Una marca dentro de otra. Pero aquel intento de celebración tardó poco tiempo en desinflarse, de la mano de inconvenientes de índole diversa. A saber: hoy, el rock no corta entradas como en otras épocas, salvo poquísimas excepciones (que no suelen ser de la partida en festivales, artistas como La Renga o el Indio Solari). Para colmo, el mainstream argentino está sumergido en una crisis que arrastra desde que empezó a mirar en demasía su pasado, mientras sus figuras rutilantes caían en desgracia o directamente se morían. En tanto, otros géneros arraigados en la música popular de nuestro país -desde el folclore a la cumbia, ambos en versiones lavadas, llámese Abel Pintos o cumbia-pop- le arrebataron los estadios y las discotecas al rock nacional. Y a eso hay que sumarle la crisis económica, lo que trajo una caída en el consumo que afecta en el corte de tickets de esta clase de espectáculos. Ese impacto fue clave: muchos artistas se bajaron aduciendo que la producción del festival no cumplió con lo acordado previamente (se rumoreó que ante una venta de entradas menor a la esperada, se intentaron renegociar varios contratos). Otros casos son de público conocimiento: Ricardo Iorio apoyó abiertamente al neonazi Alejandro Biondini y debió ser bajado por la organización. Sí, como se lee: debió ser bajado, ante el supuesto de escraches a cargo de organizaciones de derechos humanos; es decir, no fue bajado por apoyar a un nazi, sino por las consecuencias que aquello le podía traer al festival. Algunos colegas repudiaron la “censura” -un diccionario por ahí, muchachos- y se bajaron del cartel en apoyo al ex líder de Almafuerte. En tanto, Salta La Banca canceló su presentación luego del escándalo tras las acusaciones de abuso a Santiago Aysine, que además involucran como cómplices a otros integrantes del grupo. Todas estas situaciones de por sí volvieron desprolija la “celebración histórica”, y el colmo llegó con casos como el de León Gieco -se bajó el día anterior a su presentación, lo reemplazaron los Pericos– y Los Twist, que primero anunciaron su salida de la grilla, luego volvieron a ingresar y el mismo día del show aún no se sabía si serían de la partida. No lo fueron. En ese sentido queda mucho por corregir y otro tanto por pensar. ¿Es viable un festival de estas magnitudes sin el apoyo de sponsors? Parece que no. Y con la mística de antaño no alcanza.

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#ConvivenciaSagrada Aquella celebración transgeneracional tuvo su verdadero eco en un solo show. Litto Nebbia y Pez publicaron este año un disco, Rodar, donde el grupo de Ariel Sanzo, Fósforo García, Franco Salvador y Juan Ravioli se pone al servicio de Nebbia para repasar varias de sus canciones gloriosas, casi todas de Los Gatos. El show, donde tocaron el álbum completo, fue uno de los puntos altos en música, mística y emoción dentro de todo el festival. Por el repertorio, sí, pero más aún por la interpretación. Las notables revisiones de “Cadenas y moneda” -cristalina y épica, una muestra de la versatilidad de Pez para ir de lo valvular a lo leve de suspensión, como diría Spinetta-, “No fui hecho para esta tierra” -precisa y santanesca-, “El rey lloró” -es increíble cómo una canción tan sabida y tocada puede encontrar su versión definitiva en 2017: y es ésta, cantada a dos voces por Ariel y Félix- y “Hogar” -donde más se desató la fuerza del Pez- fueron la prueba de la vigencia de esas piezas. Para colmo, sobre el cierre hicieron sonar uno de los himnos fundacionales del rock local a la vez que homenajeaban a un héroe ausente en la grilla, Moris. “Pato trabaja en una carnicería” fue cantada por viejos y jóvenes -que probablemente conocen la canción gracias a la versión de Andrés Calamaro-, mientras Litto -sereno, afinado y bicho, coloca la voz como pocos- acomodaba las hojas voladoras de su atril. Es una letra hermosa y kilométrica, como hubiéramos querido que fuera el show. Pero duró lo necesario como para dejar al público contento.

#ViejosSonLosTrapos Nebbia no fue el único en brillar dentro del rubro Pioneros. En la primera jornada, otro histórico descolló con un set tan nostálgico como justiciero con su obra. Emilio del Guercio peló su voz, fuerte e intacta, en un set donde recorrió algunos de sus grandes aportes al cancionero argentino. Abrió su show con “Brumas en la bruma”, de Aquelarre, y a lo largo de la tarde -mereció un mejor horario en la repartija- repasó otros hitos en la historia del grupo (“Aves rapaces”, “Violencia en el parque”). Hizo lo propio con Almendra: desde “Cambiándome el futuro” y “Las cosas para hacer” hasta el clásico “Fermín”, donde citó al autor -Spinetta, claro- y cantó como si tuviera los veinte años de entonces. Antes, arrojó otra perla: “Camino difícil”, gloriosa página del no tan clásico álbum doble del grupo que completaban Edelmiro Molinari y Rodolfo García, quien observó el show mezclado entre el público. También hubo espacio para su faceta solista, con una preciosa versión de “Trabajo de pintor” y el aporte invitado del acordeonista Javier Acevedo. El cierre de su show fue con “Solo por amor”, una canción nueva de ese disco que nunca edita, que reza “La musiquita para no pensar/ Es otro modo para dominar”. Por supuesto, no habla de la suya.

El otro que tuvo -él sí- una noche soberbia fue David Lebón. De excelente humor y en el día de su cumpleaños 65, basó casi todo su show en repertorio de Seru Giran, apoyado en una banda con músicos de fuste –Daniel Colombres, Leandro Bulacio, Dhani Ferrón, quien también integra el grupo de Del Guercio- que revivió aquellos clásicos con frescura y fuerza según el caso: “Esperando nacer”, “En la vereda del sol”, y en especial “Cuánto tiempo más llevará” y “Encuentro con el diablo” sonaron como si fueran canciones nuevas. “Noche de perros” tuvo su versión antológica y floydiana, y tras la infaltable “Seminare”, cantada a medias con la gente, “Suéltate rock and roll” cerró el set con una ovación merecida.

¿Más históricos? Sí, claro: Viticus y su volumen demencial atronaron el escenario Artaud -el único de los tres bajo techo-, mientras que Alejandro Medina repasó a La Pesada -“Tontos” y “La máquina de matar”- y Aeroblus -“Vamos a buscar la luz”- pero no a Manal (¿secuelas de la no-reunión?). Para “Se vienen los gringos” cambió la letra por “¿Dónde está Maldonado?”, pregunta que parece empezar a tener su desenlace doloroso, atroz y desolador.

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#ElExtrañoDeDreadlocksLargos Puede resultar insólito para muchos pero, a pesar de tocar hace más de veinticinco años y ser el principal referente de una escena, Carlos Damián Rodríguez, mejor conocido como Nekro y hoy al frente de Boom Boom Kid, sale a escena el domingo y deja a la gente pasmada. ¿Quién es este loco de rastas que no para de moverse, no se entiende en qué idioma canta y grita como mujer?, parecen decir las caras de la gente. Es cierto, antes habían tocado los Pericos -sin rastas pero con 800 mil hits- y el hardcore no es el subgénero más popular del rock. Pero Boom Boom Kid hizo lo suyo: con su habitual desprolijidad, y con un frontman imparable que cambió varias letras -en “Kitty”, Nekro coló un “me importas tú, y tú, y tú/ y nadie más que tú”; en “I do” cambió el “dejemos las drogas de lado/ nuestra nena está en camino” por “dejemos al fútbol de lado/ al menos por un día/ ven y hazme el amor”-, el cuarteto fue de menor a mayor encendiendo a los pocos fieles que pagaron por verlos y ganándose el aplauso general luego de que Nekro se arrojara al público enfundado en unas luces que parecían de árbol navideño. Tan exótico para todos como necesario para una grilla demasiado clásica. Muchachos, ¿no es hora de abrir el juego a terrenos ignorados y sumar a los caudillos del indie a la grilla? ¿Cómo puede ser que El mató un policía motorizado y Los Espíritus no integren el lineup de estos festivales? ¿No existe algo parecido al hip hop en Argentina, como para convocar a Miss Bolivia, Sara Hebe, Emanero, Jvlian o Louta? No es solo una cuestión artística: abriendo el juego a otros públicos también van a cortar más entradas. (Ni hablar de grupos como El Perrodiablo, que podría aportar algo parecido a Boom Boom Kid y con una escuela musical más cercana a esta grilla de rock and roll).

#ElQueQuiereCeleste El sábado, luego del show de Nebbia Pez en el escenario La Balsa, fue el turno de Celeste Carballo y sus Cosmonautas en el tablado de enfrente, el Signos. La actuación fue magnífica de principio a fin: desde el inicio punk con “Me vuelvo cada día más loca” hasta el cierre con “Es la vida que me alcanza”, Celeste y su banda dejaron todo. Intensidad a la hora de pelar rock and roll, groove para tocar blues como pocos en este país y, en el medio, algunas canciones muy bonitas, como la clásica “Querido Coronel Pringles”, uno de los tantos momentos donde Carballo intentó sin pena ni gloria mover a un público frío y poco receptivo a lo que bajaba: música fuerte y caliente. CeCe habló, frenó las canciones para arengar a la gente, bailó, explicó la creación de “Queja” -un blues de su disco Chocolate inglés, que compuso apenas leyó la poesía de Alfonsina Storni del mismo nombre; llamó a su hijo Alejandro y firmaron juntos el tema- pero no hubo caso. A veces pasa, Celeste, y no fue culpa tuya. No siempre se tiene el público que se merece y, en los festivales, es cuestión de suerte (al mismo tiempo, Los Gardelitos tocaban en el escenario cerrado).

Un grupo icónico del blues local corrió con mejor suerte el lunes: La Mississippi intercaló novedades de Criollo -“La montaña”, “Odioso”, la preciosa balada “Cuando el corazón te guía”- con viejos clásicos -“San Cayetano”, “Café Madrid”, “Un trago para ver mejor”- y venció: tuvo un público fiel y bailarín, que celebró el cierre con homenaje a Spinetta. Al momento de “Post crucifixión”, un genio entre el público peló el cartel-meme que reza “Temazo”. Razón no le faltaba.

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#EntramosEnElFuego Hay que hablar de Eruca Sativa y su sonido imposible. Cualquiera que haya pasado cerca del escenario Artaud al momento de su show sintió ese temblor. El trío llevó los decibeles a un volumen solo comparable con el de Viticus el día anterior y Carajo un rato más tarde. Inclusive cuando tocaron “Somos polvo” -sí, la que parece “Cactus” de Cerati, que a su vez parece “Tiger Mountain Peasant Song” de Fleet Foxes… bueno, todas las canciones se parecen un poco, che- con el baterista Gabriel Pedernera en guitarra, mantuvieron esos niveles inauditos de intensidad. Lula Bertoldi y Brenda Martin, además de probadas ejecutantes -dos bestias-, son referentes para un público que se reparte saludablemente entre chicas y chicos, y que cantó “Eruca, Eruca” en casi todos los cortes entre tema y tema. Además, en su show se dio otro cruce de generaciones cuando Adrián Bar, guitarrista de Orions, subió sobre el cierre para zapar el clásico de su grupo, “Hasta que salga el sol” (antes, lo había convidado Willy Quiroga). Que se prepare Divididos, porque va a tener que pasar la banda de Aplanadora del Rock and Roll. El propio Bar les tiró un piropo, exagerado quizás: “en cuarenta años de rock nunca vi una cosa así”. Por si fuera poco, Lula también dio una mano (dos) en la presentación de Utopians: reemplazó a Gustavo Fiocchi, expulsado del grupo luego de -sí, también- varias denuncias por acoso sexual que se viralizaron en las redes. Y demostró que puede acoplarse a un grupo de esencia punk, no sólo por ayudar a una amiga –Barbi Recanati– sino porque es una música versátil que puede tocar menos si es necesario. El abrazo de las chicas al final fue el principio del fin para Utopians, que hace horas anunció su despedida tras más de una década de historia (darán un último show en el Personal Fest, el 12 noviembre).

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#CambiándomeElFuturo “Dada su condición de plataforma de vanguardia, los grupos que surgieron de sus escenarios (Almendra, Arco Iris, Sui Generis, Vox Dei, Riff…) entonces eran incipientes grupos nuevos, con sus discos flamantes y con historias en curso. Por esa misma condición, este B.A.Rock 2017 pone el acento y se prepara para descubrir y potenciar a los nuevos artistas emergentes y a los que en este momento integran las vanguardias experimentales aportando nuevamente al carácter de innovación que siempre tuvo la música contemporánea de Argentina”. Este párrafo, extraído del texto que presentara la nueva edición de B.A.Rock en el sitio oficial, tuvo bastante poco de cierto. De vanguardia y experimental hubo migajas, aunque tampoco se le exige ese perfil al festival. Pero casi toda la grilla fue a lo seguro (los grupos de cierre de las tres jornadas no están en su mejor momento ni por asomo). A lo expuesto más arriba sobre otras escenas, debe agregarse que los artistas “nuevos” -excepto Militantes del Clímax, de las pocas expresiones cercanas al hip hop y el rap en todo el festival- tocaron, como es usual en esta clase de festivales, cuando apenas comenzaba la tarde. Si está la idea de “descubrirlos y potenciarlos”, aquí una propuesta: intercalar más artistas nuevos en los horarios centrales de la grilla para que los vea un mayor caudal de público. Nadie va a huir espantado ante lo desconocido y a las bandas les sirve más. Respecto a la organización: repetir el bochorno de entradas y salidas de artistas -excepto los casos de fuerza mayor- es inaceptable. Si se anuncia una grilla de grupos, debe sostenerse. Y, si bien el precio de las entradas estaba dentro de los valores de mercado, aplicar promociones para los primeros compradores -a través de preventas, como se estila en otros festivales- puede ser una buena forma de lograr otra demanda desde un principio y ahorrarse el bochorno. Todos los días del festival había bandas capaces de llenar por sí solas toda la capacidad del predio, y eso solo se vio el día de cierre, gracias a la convocatoria de Las Pastillas del Abuelo. Si no hubo sold out es porque hubo equivocaciones y desprolijidad, más allá de la crisis.

El espacio está -el predio de Argentinos Juniors es amigable para la realización de un festival a esta escala- y grupos hay a montones en todo el país. El público está atomizado pero puede reunirse sin violencia (ni entre las tribus, como pasaba en los noventa, ni hacia los artistas, como sucediera en viejas ediciones del festival). Es difícil pero no imposible hacerlo mejor, para que haya más rock y menos barro que esta vez. Ojalá se corrija. Y se repita.