Coberturas

Hashtag rock en vertical

Con el formato «solo set», Marilina Bertoldi arribó por segunda vez en Salta para presentar su nuevo material  «Prender un fuego» con todo el agite desde las butacas y un show amigable con discursos y empatía apto para todo público .

Texto: Flor Arias
Fotos: Gentileza de Patas Flacas

Un grupo de pibas que se vino de Bolivia espera a Marilina en la puerta de El Teatriño mirando sus historias de instagram, por esa vía se enteraron que estaba probando sonido y se mandaron -tarde- a buscarla. La noche está tremenda, la fila se pone, los tickets aparecen y se venden las entradas de puerta.

Suenan bandas de pibas, todo el power femininja está latiendo. El telón se abre y aparece Matilde Paul, solista salteña que la viene rompiéndo con sus loops, su guitarra y su propuesta estética. La gente banca y canta junto a ella, que es un lujo. Suenan temazos como «Te quiero Fuxia «; Matilde propone y el público dispone.

Llega el impasse y la ansiedad genera movimiento: lxs que llegaron tarde, aparecen para ubicarse donde pueden, hay recambio de fumadores en las mesitas y filas para comprar cerveza. El centro del escenario es minimalista, parece el decorado de un programa de MTV. Hay una batería, pedales de efecto, looperas, una viola roja, dos micrófonos y una consola sobre una banqueta.

Marilina entra corriendo con la lista de temas como bandera en su mano, se acerca al borde del escenario, mira fijo y hace caras. Lxs más pibxs agitan, en la luz tenue se ven sonrisas y miradas atentas que la siguen hasta que ella se sienta y saluda como si todxs fueran sus amigxs del colegio en una cena de reencuentro.

«Vengo de comer un guiso de lentejas tremendo y de tomarme un vino salteño» esboza a modo de saludo, ante las pantallas de los celulares que la capturan en formato vertical y arroban como @marilinaplastilina.

Un flaco se le acerca y le regala una boa de flores de plástico, típica en sus presentaciones. «Justo lo que necesitaba» dice, la cuelga en el pie de un micrófono y sigue. El formato solo set es reducido pero dinámico, es ella haciendo todo y se la banca: «No deberían ponerse felices por eso, estan pagando lo mismo que pagan otras personas por el show completo», dice y aparece la intro de «Rastro», un cuelgazo de 8 minutos.

De repente se acerca un pibe con una cartulina que dice: «Viajé desde La Quiaca para preguntarte si puedo cantar con vos», ella lo invita a subir y suben junto a una pibita más, los dos a cantar «Cosas Dulces», terminando con un abrazo y llanto. Cami Staudenmayr aprovecha la volada y se sube a cantar también, en la viola Marilina la acompaña y cantan «Y deshacer», tremendo momento.

Nuevamente queda sola, son ella y sus auriculares grandotes; es ella y esa profundidad instantánea dando picos de bajón y de tensión como tirando un hilo invisible entre el escenario y el público. Nadie se va a quedar con gusto a poco.
Al cierre, como era de esperar se lo hicen difícil. Todo el mundo resiste en su lugar hasta que ella sale de nuevo. Va a tocar “What´s up” de 4 Non Blondes; quizas muchxs de lxs presentes ni habian nacido cuando ese tema sonaba. Marilina recuerda que lo tocaron junto a su hermana Lula Bertoldi en un concurso en Santa Fe y lo ganaron: «fue buenísimo porque eran casi todos chabones», remata Bertoldi y ahora si, se va.

Comienza la fila al costado del camarín; nadie se va a ir sin su retrato con la santafesina. Bertoldi sale y con paciencia charla con todo el mundo, un grupo de colgados le habla de «El peso del aire suspirado», su primer material solista. De a poco se va vaciando el lugar y sale a fumar con un grupo de pibas que la invitan a seguir la noche. Lucía, su sonidista carga todo en un VW Gol negro, «la guitarra va adelante», dice. Revisan que no falte nada, y salen rumbo al hotel dejando claro que ellas son todo lo que está bien en el rock y los nuevos formatos.